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Así como le hizo con la promesa de terminar de levantar el muro en la frontera EUA-México, el anuncio de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, obedece a la lógica del jugador que conquistó la Casa Blanca con una hábil explotación de las expectativas de diferentes segmentos del electorado.
Más que hacia los judíos estadounidenses, Trump miró hacia los numerosos evangélicos conservadores del “Cinturón Bíblico” (Bible Belt), simpatizantes incondicionales y acríticos del proyecto sionista de Israel, seguidores de interpretaciones fundamentalistas de la Biblia, y que han apoyado todas las intervenciones militares unilaterales en el Oriente Medio.
DIVIDIR LOS SECTORES DEL ESTABLISHMENT
Uno de los propósitos de Trump es la de crear una división en los sectores del Establishment que le son refractarios –como los “neoconservadores” – que actualmente intentan encuadrarlo en seudo escándalos, del tipo de una supuesta intervención de Rusia en las elecciones de 2016.
Por ironía, un verdadero escándalo comenzaba a surgir con la aceptación del dimitido ex-consejero de Seguridad Nacional, general Michael Flynn, en el sentido de que sus conversaciones con el exembajador ruso antes de las elecciones buscaban sondear la postura de Moscú en una votación de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contraria a la expansión de los asentamientos israelíes en territorios palestinos.
Otra intención de Trump es provocar a Irán y al Hezbolá libanés, -al lado de Israel sus enemigos- una revancha por la derrota sufrida en Siria, para la cual, ambos contribuyeron, junto con Rusia, de manera definitiva.
A pesar de los focos de incendio que ya provocó la jugada, también envuelve riesgos para los EU, entre estos, la amenaza de marginalización diplomática y la perspectiva de que Rusia consolide una postura de mediadora diplomática y garante de la estabilidad en Oriente Medio, a partir de su legítima intervención en Siria.
MAYOR CRISIS Y PELIGRO QUE EN LA GUERRA FRÍA
A pesar de los peligros, la treta se inserta en el ocaso de la ideología “excepcionalista” de la élite dirigente estadounidense, basada, precisamente, en el concepto religioso de predestinación calvinista la cual tiene muchos paralelos con el fundamentalismo judaico de “pueblo elegido”, cuya concretización política la representa la idea del “Gran Israel”, ambición de los fundamentalistas evangélicos.
No obstante, el peligro es global, pues la Historia muestra que las potencias imperiales no ceden fácilmente a la hegemonía conquistada, y el Establishment estadounidense no es la excepción, rehusando la opción de adoptar una postura cooperativa constructiva y no hegemónica, en la reconfiguración del orden del poder mundial en curso.
Por esto, el futuro inmediato es todavía más peligroso que los tensos episodios de la Guerra Fría, en los que al menos las líneas de conflicto estaban perfectamente definidas y no dependían de cambios políticos abruptos.